Retomando el esquema de aparato
psíquico diseñado por Jung, recordemos que lo consciente y lo inconsciente son
ubicados como polos regidos por la ley de opuestos.
Dentro de la esfera de lo
consciente, reconocemos: la consciencia,
la máscara y el Yo.
El Yo es un complejo (el único consciente) que centraliza la identidad
y la continuidad de la personalidad.
El Yo a través de la consciencia puede percibir y hacer conscientes
los fenómenos externos como algunos de los internos.
El Yo se despliega entre dos mundos colectivos: el mundo social y el
mundo interno (arquetípico); de esta manera tiene una función de mediador entre
el mundo exterior y la propia
interioridad.
El Yo, por un lado
se contrapone al Si-Mismo (arquetipo
de totalidad del cual hablaremos más adelante) y por otro se integra a él.
A modo de ejemplo podemos pensar que el Yo es el vehículo indispensable para recorrer el camino (del
proceso de individuación) que tiene como origen y meta el arquetipo del Si-Mismo (nuestra personalidad total).
El Yo tiene varios desafíos ya que deberá estar atento a no
quedar identificado a la Máscara (creer que uno es sólo lo que hace y muestra)
y por otro lado cuidarse de la inflación del Yo (creer que el Yo es la
personalidad total).
Desde esta mirada del Yo me parece importante trabajar la flexibilidad del Yo ya que ella estará
muy implicada en la dinámica de integración Yo/Si-Mismo.
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